Fue en Palermo, barrio temprano, que casi ciega mi mirada infantil. Una tarde, con el alma infectada por la desesperación, salí de búsqueda y de encuentro.
No bien la vi, supe que estaba perdido.
De una belleza desconocida, una composición lánguida y perfecta, como la madre de mis sueños, mitad mujer, mitad alondra. Mestizaje que no me abandono en toda mi vida, prueba irrefutable de un empeño mal entendido.
Trescientos cincuenta metros alcanzaron para que me mirase de reojo, un cierto cansancio en mis tobillos, fueron suficiente para que aceptara tomar un café juntos.
Una cifra de dos ceros, me puso en la pista que no era oriunda del barrio, posiblemente egresada de psicología o arquitectura, haciendo sus primeras armas.
La conversación era entretenida, pero mis frases mejor logradas apenas la conmovían.
El rojo de sus labios confundía mis sentidos.
Y tu, cuanto cuestas?. Me pregunto de improviso y con mirada socarrona.
Fue allí que malicie, que era un travesti o un investigador de campo.
Me hice el desentendido, pero recordé a los Siete Locos. Intuí que el papel del rufián melancólico no me sentaría nada mal.
Mantenido por un hombre, que no fuera mi padre, era una dignidad, desconocida en el barrio.
Porque fue en Palermo, donde los travestis hicieron su territorio. Y yo que bebí la prolija lluvia donde propiamente se fundo Buenos Aires, me sentí también reconocido, único.
Al principio todo fue como no lo imagine.
La mitad mujer, me arrastraba fatalmente hasta el cielo, la mitad alondra, ahora devenida urraca, me producía un no sé que de inmoralidad.
Tenía dinero, que en mi cuadra no era poco. Era respetado por todas las vecinas y hasta por algunos esposos condescendientes.
Un día le pregunte como se llamaba. Se puso totalmente colorada y no me respondió.
Hoy, al cabo de tantos años de cautiverio, de iniquidad y frenesí, puedo reconocer, que mi decisión, no se si equivocada o apresurada, se baso en la mirada, cuando en definitivo seria el olfato lo que decidiría la cuestión.
Un travesti a lo sumo huele como un hombre. El olor del azufre es de otra especie.
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