Toda reflexión acerca de la sublimación debería plantearse en primer
lugar, que categoría la define, o sea si es un concepto y cual es su status de
validación en la teoría psicoanalítica.
Para ello debemos localizarlo en que posición se ubica en la clínica y
su conexión con el resto de los conceptos.
Por la ambigüedad con que es tratado en los textos y por el enfoque de su relación con las
practicas artísticas se corre el riesgo de ver en la sublimación un simple
destino de la pulsion y no como lo señala M. Menassa, un mecanismo fundamental
en la creación de la civilización.
Para sublimar el sujeto necesita
libido que se le sustrae al objeto amoroso y deviene como libido narcisista, es
decir energía del yo.
El narcisismo es absolutamente
necesario pues de él parten las
energías de la sublimación.
La sublimación procede un desvío de la libido que en lugar de quedarse en el yo, se
transforma en producto social, o sea
todo aquello que tenga
como destino alguien a quien
realmente no conozco.
El amor también esta en el comienzo de todo.
Amar es dar lo que no tengo a quien no es, o sea la sublimación es el
mecanismo psíquico en el cual se asienta la producción de civilización.
El hombre tuvo que aprender a generar
las palabras frente a la necesidad de transformar la naturaleza, se vio
forzado ha hablar, es decir sublimar,
abandonar su condición animal para dar comienza a la civilización.
El narcisismo es fundamental en la creación de la historia, porque esa
energía que esta en mi propio yo, en lugar de seguir amándome a sí mismo va a
hacer una producción social, de carácter civilizador.
La energía que se gasta en el proceso, es energía que no sirve para
nada, es la que invierto en mi propio amor, no le quito nada a nadie, solo
resto algo que solo ilusoriamente me da utilidad.
La escuela Kleiniana toma el concepto de sublimación como una función
restitutiva, es una reparación simbólica de las lesiones imaginarias
introducida en la imagen fundamental del cuerpo materno.
La sublimación debemos delimitarla en primer lugar de la idealización.
Este es un proceso concerniente al objeto y en virtud del cual este es
engrandecido y exaltado psíquicamente, sin que se cambie su naturaleza.
La idealización es posible tanto, en el ámbito del yo como en la libido
objetal.
Para Freud la sublimación queda
totalmente por fuera de ideal del yo y quedando impedido por esto de cualquier
asimilación a algo que imaginariamente se pretenda como “soberano bien”.
Lacan retoma el concepto en el seminario de la Etica y sigue a Freud al
subrayar como fundamental el reconocimiento social puesto que puede decirse que
las pulsiones han sido sublimadas en la medida que se han desviado hacia
objetos socialmente valorados.
Y es esta dimensión de los valores sociales compartidos lo que permite
ligar el concepto de sublimación con el estudio de la Etica.
Freud pensaba que la sublimación
completa era posible para algunas personas particularmente refinadas o cultas
en cambio para Lacan la sublimación
completa, no es posible para el sujeto.
En Freud la sublimación plantea una nueva orientación de la pulsion
hacia un objeto no sexual.
Para Lacan lo que cambia no es el objeto sino su posición en la
estructura del fantasma.
La sublimación no supone dirigir la pulsion hacia un objeto diferente,
sino cambiar la naturaleza del objeto donde la pulsion ya de antes se dirigía,
“un cambio del objeto en si”, algo que resulta posible porque la pulsion “ ya
de antes esta profundamente marcada por la articulación significante”.
La cualidad sublime de un objeto no se debe entonces a alguna propiedad
intrínseca del objeto mismo sino que es simplemente efecto de la posición del
objeto en la estructura simbólica del fantasma.
La sublimación reubica un objeto en la posición de la Cosa, eleva un
objeto a la dignidad de la Cosa según la expresión lacaniana.
La Cosa como algo de lo
exterior, como extranjero, asimilado a lo interno, caracterizándose como
imposible de imaginar.
La pulsion rodea al objeto “a” y este se constituye como causa del
deseo.
Y allí precisamente en esta cosa intima y ajena, en ese vacío interior
queda vinculado directamente con el surgimiento del significante, y alrededor
del cual el sujeto crea y se constituye como tal.
El Das Ding como el territorio del objeto prohibido del deseo
incestuoso.
Por el camino del encuentro entre el objeto estructurado en la relación
narcisista, es decir imaginaria y el
otro objeto “a” que llega a constituirse como ausente solo con la aparición de
un sustituto, y que queda designado como
imagen de “a” en tanto aporta una imagen que sostiene y cubre la ausencia del
objeto perdido.
Entre estos dos objetos, en la pendiente de esa diferencia entre ellos
se constituye la sublimación.
En este conflictivo espacio, se generan las condiciones de posibilidad
de que la creación pueda hacer surgir algo a partir de la nada, o sea la
generación de un significante nuevo.
Lo creado, reconoce en su belleza, la transmutación que realiza la
función sublimatoria, puede entonces encontrar el lugar para el reconocimiento
social que tanto par Freud como para Lacan era un elemento fundamental del
concepto.
Los caminos sublimatorios pueden ser múltiples, el arte la ciencia y la
religión eran señalados por Freud como
los únicos espacios por donde solamente pocos hombres eran capaces de
transitar.
Lacan viene a señalar que la sublimación completa para el sujeto es
imposible. Pero es en el dominio de la creación artística y fundamentalmente en
el arte literario, donde la poesía es puesta en el centro propio de la
sublimación.
El acto sublimatorio es capaz de crear en el propio vacío un objeto que
pueda trasformar lo siniestro, con que
la presencia de lo real amenaza al sujeto.
En este lugar, el humor, es también un nombre de la sublimación,
pues permite al sujeto surcar la
experiencia de la escisión fundamental sin entrar en situación de horror.
No hay comentarios:
Publicar un comentario