Todo buque que se precie, sabe que su mejor destino es encallar y naufragar.
Cuando nací, ya existía el asfalto, letras de molde, conversaciones telefónicas, leyes y circos ambulantes. En este momento de mi vida, no me puedo ir de este mundo sin devolver algo de lo que la cultura me dio e hizo de mi. Es decir que el procesamiento de todo lo que recibí debe ser transmitido de alguna manera.
Empezando con mi ideología es decir con aquello que venía impreso en las proteínas de la leche de mi madre. Y que ahora me delatan al escribir estas líneas.
Un blog o un cuaderno de bitácora, es la forma que más me cabe para ese intento. Versará sobre el psicoanálisis en primer término, que me permitió varias vidas. Y al que vivió varias vidas le tocan varias muertes. Eso sí, las muertes que vengan, pero sin drama más bien con humor.
Contendrá algo de literatura , de cine, de ciencia y de todo aquello que mi curiosidad y mi estética me permitan.
Estamos hecho de letras acodadas por carne triturada por un real que siempre nos recuerda nuestro origen carroñero. Algo de esto se verán en este intento. Por lo demás incluiré también todos los escritos de aquellos que me gusten y me lo permitan.

sábado, 14 de agosto de 2010

El indio.

Cuento. Roberto Molero. Septiembre del 2001.

La dilatada pampa, era estrecha para la angustia del soldado de avanzada, de un regimiento alejado en incontables leguas.
La tarde iniciaba su repetido regreso a la noche.
Los perfumes de la llanura, hacían eco a un silencio solo roto por distantes cantos de pájaros.
El soldado y su caballo eran apenas un punto en esa búsqueda de la nada, llamada el encuentro con el indio.
Sus ordenes eran imprecisas, como sus pensamientos acerca de su destino.
Buscar al indio y no saber bien que hacer con ello.
Se apeó, sentado entre la hierba comió un trozo de charque y cebó algún mate, intentando sacar el gusto amargo de su boca.
De golpe vio en el horizonte un movimiento que le hizo sentir miedo.
Montó, sobre el caballo siempre se sentía mas seguro y tenso, se dispuso a esperar lo que esa rara tarde le traería.
El movimiento tomo la vaga forma de alguien montado que se le acercaba.
Comprendió que era un indio, como él, de avanzada.
Le quedaba huir, pero entendió que seria inútil, su caballo y su desánimo no daban para más.
Solo restaba enfrentarlo. Su espada contra una larga lanza que imaginó impaciente, no le daba precisamente ventaja alguna.
El indio se detuvo a unos veinte pasos de donde él estaba.
Se miraron, se midieron, ambos comprendían que uno esa noche no dormiría, o que por lo menos no vería el próximo amanecer.
La tarde continuaba su retirada, las primeras sombras hacían más solitaria la escena.
La pampa los honraba con su silencio.
Dos criaturas desesperadas en sus maneras y en sus códigos, gastaban en sus miradas las contradicciones de sus íntimas culturas.
El soldado quizás recordaba a su enjuta mujer de aindiado rostro. El indio a su cautiva blanca, trofeo de algún olvidado malon.
Quizás ambos se preguntaron el porque de ese absurdo momento.
Quizás por un nebuloso instante intuyeron la miseria de su condición.
Guerreros cuyas muertes a nadie importaría mucho. Avanzadas solitarias, destinadas al desencuentro.
Con lentitud giraron sus caballos y se alejaron mutuamente.
Sin poder saber que en ese gesto, mas que la vida, les iba la módica inmortalidad de un ejercicio literario.

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